La vida estaba estática, callada, ahogada en un bucle de constancia desconcertante del que sólo salía en contadas ocasiones, para empaparse de lo que supuestamente debía ser la realidad. Sólo asomaba ligeramente la nariz para evitar efectos secundarios, sobredosis de “pseudorealidad”. Su cuerpo no toleraba más, porque lo que ella llamaba “situación” o “momento” era el motor de su vida, y aunque lo sabía, ella no quería pensar que estaba desengrasado, que la mezcla combustible/aire era desproporcionada, o que como siguiera conduciendo con el coche ahogado, acabaría jodiendo definitivamente el pistón.
Pensó que cando tuviera que ocurrir el cambio, éste vendría solo. Sería un cambio completo, le pondrían llantas nuevas, de competición, carrocería impecable, acabado perfecto, rojo brillante Ferrari, de 0 a 100 en tres segundos...
Y, aunque no dejó de perder aceite, todo lo que esperaba llegó, por lo menos aparentemente...
Su vida cambió, pasó de la niñez a la adultez en un momento, ya tenía claves, contraseñas... y teóricamente ya podía decidir y ser consecuente con esas decisiones, ya podía dominar su tiempo y moverlo a su antojo sin necesitar las pilas de nadie.
Pero no se dio cuenta de que su vida cambió, pero no lo que ella llamaba “momento” o “situación”, así que en cuanto se puso en marcha, su motor pegó un tirón y dijo “aquí me quedo, no ha cambiado nada”.
Y se quedó, de nuevo, paralizada en mitad del desierto, sola y sin cobertura...
sábado, 19 de mayo de 2007
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