Un día paseando sin mover los pies, tropecé con una sonrisa que me desconcertó. Me recordaba a alguien e instintivamente me provocaba ternura y confianza. La sonrisa me sorprendió con una conversación de las que te atrapan y nunca quieres terminar. Sin darme cuenta, las horas, como si creyeran molestar, desaparecían en procesión, en silencio, casi resbaladizas… Me impactó una cerveza en una cena que no vi, no cuadraba con aquellos ojos y el contraste me fascinó. Se me escapó una sonrisa…
Y en una despedida imprevisible, con la ironía graciosa de una niña de ojos chispeantes que quiere conseguir algo, tendí un hilo flexible sujetando una fecha al principio y un café al final…
El hilo se estiró ligeramente, pero el café continuó caliente tras días de aventuras entre molinos y rocinantes perrunos. Y un día, con nervios y sin gafas, esperé en un banco frío a que llegara una presencia desconcertante que me intimidó en secreto y rebatió con sonrisa incipiente y mirada dulce una teoría de cuello alto que terminó con mi espalda en una pared de metro tras un baile de insinuaciones que electrificaban mi mente incrédula.
Recuerdo un abrigo negro con dos chapitas lindas, una flor y sugus. La primera debe estar descubriendo mundo, para contarlo después, la segunda no puede marcharse. Y vi pasar el abrigo y entrar rebecas de primavera, las vi marchitarse y sustituirse por tirantes soleados, y ahora a la vista… los abrigos amenazan con salir, de nuevo, del armario…
viernes, 19 de septiembre de 2008
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